LA DEUDA PÚBLICA MUNDIAL Y SUS CONSECUENCIAS

El mundo está sumido en una burbuja de deuda desde la crisis financiera de 2008; la incapacidad de los países de realizar esfuerzos en términos de ajuste fiscal, la presión de los ciudadanos y la visión cortoplacista de la mayoría de las decisiones políticas en materia económica por parte de los gobiernos han disparado los déficits públicos.

 

Como hoy la mayor parte de los bancos centrales son independientes de los gobiernos, la heterodoxia inflacionaria de emisión de dinero para reducir los déficits no se ha producido. Esto sabemos que genera inflación y empobrecimiento de las sociedades a corto y medio plazo.

Como nadie quiere ser pobre, los gobiernos se han lanzado a tratar de mantener alejada la conflictividad social tratando de mantener los “privilegios” de sus habitantes. Este fenómeno de incremento de gasto público sin un acompañamiento adecuado de los ingresos ha degenerado en déficits públicos, produciendo un mayor déficit precisamente en aquellos países que gozan de una situación económica más privilegiada.

 

El incesante ritmo de creación de deuda pública por parte de todos los países, principalmente por aquellos que lideran la economía mundial: Estados Unidos, Japón, China, Italia, Francia, Alemania y el Reino Unido, acumulan el 73,5% de la deuda pública en el año 2017. Todos ellos, excepto China, con niveles de endeudamiento superiores al 60% con el Reino Unido, cerca del 90% y el resto con niveles de deuda en torno o superiores al 100%.

 

La historia de la deuda pública es la historia misma del poder: la forma en que se ha ganado y también cómo se ha perdido. La arrogancia del poder siempre ha conducido a los hombres a disponer de los recursos de los demás, sea en la esclavitud, en la colonización, o en los planes para consolidarse en el poder. Varios momentos de la historia dan cuenta del sorprendente auge de la deuda producto de las guerras y el costoso derramamiento de sangre. Pero nunca se había visto un nivel de endeudamiento tan elevado en tiempos de paz, como los producidos desde 1980 en adelante. La gráfica muestra la deuda de Estados Unidos y su aceleración desde los años 40. Nunca la deuda había crecido a niveles que amenazaran la estabilidad política y la calidad de vida futura.


 



Hasta antes de la crisis, a toda persona que hablara de los peligros del  endeudamiento lo acusaban de pesimista. Ahora, cuando los gobiernos deben endeudarse para luchar contra la crisis, se cierran todos los mecanismos de crédito incluso de las instituciones que deberían velar por la estabilidad económica mundial. La historia se repite con exactitud implacable y se sabe que una crisis financiera originada por un abultado apalancamiento puede tardar una década entera en normalizar la actividad económica. Una década que marca la necesaria transición entre el pasado y el futuro. ¿Qué han hecho las autoridades mundiales para sincerar que los años del consumismo fácil, vía burbuja de crédito, han terminado, y que ahora viene una dolorosa etapa de bajo consumo?

 

A lo largo de la historia, en cada situación de elevado endeudamiento, los gobiernos tenían ocho opciones para evitar el desastre: 

1. Elevar los impuestos

2. Disminuir el gasto

3. Aumentar el crecimiento

4. Tener una tasa de interés más favorable

5. Producir inflación

6. Provocar una guerra

7. Buscar ayuda externa

8. Operar por decreto. 

Estas ocho opciones se han empleado en los últimos mil años, pero sólo una de ellas es hoy plausible y deseable: el crecimiento. Una economía en crecimiento (lo que aumenta los ingresos fiscales) permite la absorción de la deuda y restablece la sostenibilidad de las finanzas públicas. A continuación, puede reanudar el flujo de préstamos y animar a un mayor crecimiento de la economía. Los gobiernos responsables no pueden financiar sus gastos con los préstamos, y deben realizar sus inversiones en un nivel que sea sostenible, es decir, que se puedan pagar.

La deuda pública no es inocua, en términos reales es diferir impuestos hacia el futuro y una muestra clara de falta de solidaridad intergeneracional de la que no estamos previendo las consecuencias. La presión sobre el gasto público es incesante: continua demanda de bienes públicos por parte de la sociedad, mayores exigencias de redistribuciones de rentas, crecimiento de la población, grupos de presión con capacidad de influencia en materia presupuestaria, no aceptación de renuncia a la pérdida del “Estado del Bienestar” o la tendencias de las agencias burocráticas a la autoexpansión son factores que están detrás de este gasto desmesurado que nadie puede financiar en el presente y todos lo emplazan a que se pague en el futuro.

 

Por ello, dado que el gasto público es difícil de reducir y los niveles de recaudación de ingresos (principalmente a través de impuestos) son difíciles de elevar sin desincentivar el trabajo y la inversión, parece que estamos en un escenario de uso incesante de la deuda pública que continuará en el futuro para financiar las necesidades presentes. Más incluso cuando se observa que niveles de deuda cercanos al 100% parecen revelarse como un punto de no retorno que no parece factible de revertir como se observa en varios países de la Unión Europea.


Por ello, el futuro a medio y largo plazo de la economía mundial pasa por una concienciación de qué es la deuda y para qué se debe utilizar. Estamos ante una ralentización del crecimiento económico mundial y las políticas monetarias parecen estar exhaustas por lo que un empeoramiento de la coyuntura económica presionará a los países a endeudarse aún más, y todos parecen entrar en este juego.

 

Se están dando las condiciones que Galbraith enunciaba sobre las burbujas financieras, y la de deuda pública parece una de ellas. Parece que existe consenso en su reconocimiento, pero no existe una actuación decidida para ponerle freno. Pero siempre ocurre, algún día, que algún país dejará de comprar deuda porque algún otro país (con capacidad de influencia en la economía mundial) dejará de pagar la deuda. En ese momento las consecuencias no serían predecibles pero, sin duda, la deuda se pagará, de alguna u otra forma.

 

Debate sobre la sostenibilidad de la deuda pública




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